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MIRAR

Acostumbrados como estamos a ver y no mirar, a oír y no escuchar, pocas cosas hay tan gratas como detenerse un momento y disfrutar de los sentidos en la búsqueda de algo más allá de lo superficial. Para ver, basta con tener los ojos abiertos. Mirar es otra cosa. Mirar es ver lo invisible, un acto consciente e intencional.

Que Juan Solo tiene mirada, una mirada propia y perspicaz, está fuera de toda duda. Ahí están sus proyectos anteriores (Naturaleza obstinada, 2015; Besos en Guada, 2019; Desde otra mirada, 2021; Objetismos, 2023), en los que, desde su exploración de la realidad y su búsqueda material, crea metáforas visuales que son descubiertas al espectador no para obligarle a ver lo mismo que él sino para darle herramientas, para prestarle las gafas que lo lleven a ese terreno que maneja como nadie, el de la poesía creada a partir de objetos que en otro contexto no serían más que basura inservible, el de la belleza descubierta donde nadie sospecharía que puede encontrarse.

Si la invención de la imprenta dio lugar a una cultura tipográfica, visual, que relegó a la cultura oral, la fotografía ha afianzado y democratizado el imperio de la imagen. Es ante esa primacía del sentido de la vista donde la mirada es indispensable. Saber mirar es buscar la esencia, recuperar la palabra, siempre necesaria, para interpretar lo que vemos. De ahí que los hallazgos de Juan Solo, interrogantes por esclarecer, conformen poemas visuales o greguerías en forma de objeto.

A pesar de la brevedad y aparente sencillez de su presente exposición, hay en ella oportunidad de reflexionar sobre el arte: cuestionando el fetichismo de la obra artística, dando vida a los objetos cotidianos, discutiendo sobre cómo definirlos, profundizando en su reinterpretación, dialogando con algunos clásicos, como hace con la pipa de Magritte o la guitarra de Picasso, o interpelando a la condición estética de la realidad.

Siempre siguiendo la estrella de su maestro en el arte del objeto encontrado, Antonio Pérez, pero de la mano de otros muchos como Joan Brossa, desde la escultura, o Chema Madoz, desde la fotografía, Juan Solo presenta su obra para zarandear a quien mira. Sus obras son provocadoras, pero no porque tengan ánimo de molestar, todo lo contrario. Lo son porque inducen a mirar de otra forma, porque estimulan nuestra manera de ver.

Y lo hace con un fino humor marca de la casa, un humor que denota inteligencia, que aúna gracia e ironía suscitando la sorpresa, tanto cuando pasa cualquier objeto por el tamiz de la pareidolia como cuando recurre al Ecce Homo de Borja para debatir los límites del arte.

No hay en su propuesta ninguna pretensión especuladora, ni tan siquiera la artística. Nos propone sobre todo reflexión, una interpretación del arte que no puja en el mercado, aquel cuyo valor no está determinado por su precio. En su invitación al diálogo y a compartir su mirada está su verdadera valía. Conversen y miren con él. Saldrán enriquecidos.

Jesús de Andrés 

JUAN SOLO
@DesdeotramiradaJuanSolo

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“JUEGO”

Casi nueve años de paréntesis, pero ya hace más de dos que me confabulo conmigo misma,  haciendo una cuña al trajín de los días a base de pincel y paleta; desaprendiendo para volver a aprender. A veces sola, muchas otras veces de la mano de Pilar López Báez, mi profesora y artista que, desde la distancia geográfica, me da mucho en la cercanía de esta nueva forma de acercarnos desde lo “on-line”.

He cambiado. Soy madre. Más vieja, más sabia. Una mujer suspendida en este frenesí de tragar con las tempestades que se convierten en rutina.

Antes de estos de nueve años, pintaba la figura humana intentando captar, en exclusiva, lo psicológico, la particularidad de los individuos en lo cotidiano; tratando de contar mucho con poco. Trazo justo, rápido, escurridizo.

Ahora, en esta muestra, he jugado con los modelos que tenía más a mano, mis hijos; y en su juego me he montado mis castillos de naipes. Las cartas siempre son la luz, el color, pesos visuales y la composición. Esta última mucho más meditada y, por lo tanto, en ocasiones más compleja. El juego de la infancia, con sus saltos, equilibrismo e hiperactividad que bajo una mirada atenta, se capta no solo como recuerdo, si no con la intención de crear. Obras, donde a menudo la repetición de las figuras, el collage, la mezcla de técnicas… es lo que las conforman.

A veces, en mi apuesta por salir de la zona de confort, las cartas jugadas no han sido las más acertadas. Pero hasta los cuadros no-cuadros, han merecido la pena en esta nueva época. Época turquesa, época fosforita, época ácida y tierna. Pero, sobre todo, ¡¡¡¡época divertida!!! sumergida en el juego de los elementos de la Expresión Plástica. 

Esos mismos elementos que tanto empeño pongo en enseñar, como demanda mi otra profesión:  Punto, línea, plano. Punto, línea, plano. Punto, línea, plano. No hay lección mejor aprendida que la que se enseña; por lo tanto, para lo bueno y para lo malo este conjunto de obras no se puede separar de mi profesión.

Una profesión donde la creatividad hay que sacarla hasta del lodo y que deja su huella en las entrañas.

Antes de finalizar quiero dar las gracias a la Oficina de Turismo de Castilla La Mancha por su acogida, y a Ruth Ardyla por mostrarme el camino.

Espero queridos y queridas espectadores que participen y disfruten/gocen de este juego del arte de la misma forma que lo he hecho yo a lo largo de todos estos equilibrismos que os acabo de contar. Como la vida misma.

Paula Cuesta Leal
@paulacuestaleal_pinta

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La fascinación de la autora por el movimiento y la forma del color, la lleva a plasmar con manchas sugerentes, flores inventadas y figuras irreales que interaccionan, una obra tan colorida como personal, con ese lenguaje que sólo crea la sensibilidad de quien considera la naturaleza el principio y el fin de todo.

“Naturaleza en mí, en mi naturaleza”

Esta exposición la componen un conjunto de obras que muestran el triunfo de la naturaleza frente al ser humano y su imparable modo de vida. 

Las flores tapizan todo, sin límite ni orden establecido.  

Las montañas, formadas por estratos que se funden y confluyen, dibujan espacio y tiempo, simbolizando el paso de los días y nuestro legado personal. Sobre ellas, cielos limpios, claros y despejados, con muchas tonalidades y diferentes trazos, diferencian unos días de otros, buenos y no tanto, coloridos y grises.

Los árboles figuran las relaciones del ser humano. Así, la familia está unida por las raíces, el amor por copas que forman sinuosos corazones, los troncos dan forma a las diversas trayectorias vitales. Nuestras etapas las  representan las ramas, más finas, más gruesas, que se expanden o por el contrario, observan cerca del suelo y ya no crecen.

La diversidad enriquece, y en lugar de “gente” nos  convierte en “personas que fluyen en la convivencia”. Este será el tema central de obras llenas de puntos y manchas de mil colores. Su mezcla dará lugar a un conjunto armónico, con similitudes y diferencias.

En muchas de las obras, los trazos dorados aparecen representando el factor “tiempo”, porque si el oro es una alegoría de lo más preciado, el tiempo es lo que en realidad posee más valor, porque sin él, nada se lleva a cabo.